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jueves, 23 de junio de 2011

La historia entre hombres de carne y hueso

Por Leslie Anlly Estrada Guilarte
Foto Carlos Gómez
La historia de Cuba es conmovedora. Los hijos de esta tierra pelearon por sus derechos y ascendieron hasta las nubes para catapultar a la gloria un sendero de libertad.
Entre papeles las nuevas generaciones sabemos de epopeyas que dejan estelas eternas de recordación. Sin embargo, encontrar frente a nosotros a hombres que en un momento fueron protagonistas de nuestras luchas independentistas inyecta energías, transmite fuerzas y hace comprender mejor las raíces, propósitos, sueños...
Ernesto González Campos, asaltante del Cuartel Moncada en Santiago de Cuba y Carlos Bermúdez, expedicionario del yate Granma, intercambiaron con jóvenes de Bayamo.
De sus miedos, expectativas, dificultades, entre lágrimas, brotaron las palabras de estos hombres que no dudaron en arriesgar sus vidas por la Patria y hoy cuentan sus vivencias con una memoria increíble, con naturalidad, sencillez.
Ernesto se mantuvo en la clandestinidad después de los acontecimientos del 26 de julio de 1953, y luego del triunfo de la Revolución Cubana participó en la lucha contra bandidos en el Escambray, y en Playa Girón.
“Con 16 años conocí a Fidel Castro. Pude aprender de sus ideas, entender su verbo, sus planteamientos. Solo pude estudiar hasta el sexto grado, fui un niño que no tuve nada en la vida. Las escuelas eran para los ricos, para los pobres no habían derechos.
“Le tenía un odio visceral a Batista, yo quería ser un profesional, pero ir a la Universidad era un lujo. Por eso, además de la confianza en Fidel, necesitábamos cambiar las cosas”, dijo Ernesto.
Carlos también contó de sus vivencias.
“Me seleccionaron para ir a México. Llegué allá en los primeros días de 1956. A mí no me asustan los problemas económicos porque cuando estábamos en aquel país lo único que teníamos para comer eran huevos y unos chorizos viejos, con el dinero que se recaudaba comprábamos herramientas para el viaje.
“Uno de los momentos más emocionantes fue cuando Fidel, ya en el yate, intentó hablarnos, explicarnos... como hizo en el Moncada, y no lo dejaron hablar, pues empezamos a entonar las notas de Himno Nacional. Después de todas las dificultades durante los preparativos, estar en el mar era como ver el sol en medio de tanta oscuridad y silencio”.
Así, las anécdotas se sucedieron en medio de una atención constante. El consejo a los jóvenes no faltó.
“No podemos olvidar la historia de sacrificio. Tenemos que tener una confianza absoluta en este pueblo y trabajar. La juventud no está perdida, y ahora tienen más preparación que nosotros, entonces tienen que ser mejores”.
La juventud y experiencia por este pequeño tiempo se unieron con la intención de revivir instantes decisivos en nuestro propósito de construir un mejor mundo.

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